jueves, 25 de diciembre de 2014

Ya no cuela, Alteza. Se lo digo desde la certidumbre.


Me pregunto cada Navidad y en cada intervención de los Reyes de España, sea en suelo patrio o extranjero, en qué consistirá eso de la función de árbitro con que la actual Constitución califica sus funciones. Qué querrá decir aquello de que el rey reina, pero no gobierna y eso otro de que el sujeto responsable de sus actos sea el Ejecutivo, hoy el gobierno de Rajoy, ayer el de Zapatero.


Y es que aunque las referencias sean numerosas en el mundo del deporte, juraría que un árbitro es un juez, con plena autoridad sobre lo que ocurre en el terreno de juego contrastándolo con las normas del mismo. Que, efectivamente, puede equivocarse en sus apreciaciones, pero estas van a misa en tanto el órgano del que depende no las califique como intromisiones intolerables, errores de bulto, que mediatizan el resultado de la competición, bien sea por error (lo cual a la larga está penado con un descenso en su categoría) o intencionadamente (que debe suponer, espero, una sanción mayor que en el caso anterior).

Que no gobierna no parece evidente, porque sus intereses personales y familiares son defendidos por personas e instituciones como si se tratara del bien común de sus súbditos, cuando no es el caso. Nunca. Porque, sencillamente, para que lo fuera, sus súbditos debieran haber tenido la oportunidad de querer serlo o no. Como gobernar se supone que no es otra cosa que defender el bien común y ningún gobierno, desde el comienzo de la democracia, lo ha realizado más que puntualmente, el hecho de que el rey abunde en el bien privado no lo aleja en demasía del objeto real del gobernante. Así que ¿Por qué aseguramos que el rey no gobierna?

Que sus palabras y actos no sean punibles y además estén sujetos a la responsabilidad del Ejecutivo no supone que aquello que diga o haga deba ser redactado, manipulado o retocado y censurado por los distintos gobiernos. Menos aún consentido por él. Muy al contrario. Según mi modesto modo de entender, en tanto que árbitro que se rige por unas normas constitucionales y sobre todo por la ética que la Constitución debiera rezumar, tiene el deber de decir aquello que piensa, sea o no del gusto del gobierno de turno, porque de lo contrario asume el riesgo de que lo que diga o haga parezca a sus súbditos, quienes pagan las entradas para ser considerados el respetable, un amaño, tongo, parcialidad, o simple injusticia consentida por las instituciones. Que, a cambio, por ser quien es, se lo consienten todo.

Por llamativo que sea, nada me importa que en su discurso navideño no nombrara a su hermana y Alteza Real, ni a su cuñado y Duque consorte de Palma. Cada cual es dueño de sus propias vergüenzas y el tema podía y debía ser tratado desde una perspectiva mucho más amplia. Sin embargo, cualquier persona con un mínimo de sentido común, podría haber asegurado que las medidas tomadas por el gobierno actual no afrontan el problema de la corrupción en su totalidad. Se hubiera quedado tan pancho, hubiera hecho honor a la verdad, y sería creíble. Por supuesto no habría agradado al gobierno, pero sí habría asumido el papel de árbitro, que incluye la servidumbre de no agradar a todos, siempre.

Asegurar que la actual crisis económica produce incertidumbre en muchas familias es desconocer, a sabiendas -lo cual es sinónimo de prevaricación- la realidad económica de esas muchas familias. Incertidumbre es falta de certeza, lo cual no es lo que sienten muchas familias. Por el contrario, el sentimiento general es el de certeza de que esto no es vida ni estas, que los gobiernos de turno realizan, soluciones para crear esperanza y visión de futuro. Lo que la mayoría de la población tiene es la certidumbre de no encontrar trabajo. De que si lo encuentra será esclava del mismo, pero no podrá vivir de él. La población sabe que las generaciones que siguen no tienen futuro, no, al menos aquí. Que un Rey mienta no está bonito.
Que un rey repita aquí y en foros internacionales que los datos macroeconómicos permiten vislumbrar la recuperación, como si se tratase del eco publicitario del gobierno, no es serio. Y caso de que fuera este su criterio, el seguidismo del gobierno, ¿por qué no podemos votar su presencia como Jefe del Estado? Mejor aún, ¿para qué necesitamos más publicidad de las bondades de los distintos gobiernos si ya tienen sus propios voceros? De hecho, lo que el pueblo español merece es un árbitro, un Jefe de Estado, que llame al pan, pan, y al vino, vino y después, el ejecutivo que arree con su responsabilidad y la de las palabras del rey.

Según parece por sus palabras las empresas españolas son punteras, no así los empresarios. La prueba del nueve es el resultado de la elección de su representante como colectivo. Otra prueba del nueve el que sus pingues beneficios no sepamos más que lo son, y muy altos por cierto. Más no aclaran si se reinvierten en mejoras de equipamiento, investigación y desarrollo, mejoras salariales a corto y medio plazo, etc. Eso, un Rey, debiera aclararlo y amonestar a quienes no invierten en el bien común, dando por bueno los datos gananciales como si por sí solos supusieran una mejora del bienestar general.

Y continuamos hablando de la nación catalana como si estuviera pasando una gripe, extrapolable a cualquier otro territorio de España. Seiscientos años de sujeción a la corona no indican otra cosa que el hecho de haber pasado seiscientos años bajo el rigor del pensamiento único de los reyes absolutos y ahora de la relatividad de los gobiernos turnantes, que no desean dejar de serlo, ni a la corona le interesa que esto cambie. Apela Felipe VI a la unidad y pluralidad, más no hace lo mismo, ni con el mismo ímpetu, al estatus de nación de naciones que somos y fuimos siempre. Apela al patriotismo al tiempo que estrecha las manos de los patriotas que fijan su residencia en Andorra o, simplemente, evaden divisas e impuestos a paraísos fiscales. Lo que da que pensar en rumorologías de consentimiento y parecidos con los bienes y porcentajes evadidos presuntamente desde la Casa Real hacia otros lugares.

Palabras de felicitación y de buenas intenciones. Más de lo mismo. Ya no cuela, Alteza. Se lo digo sin acritud y desde la certidumbre que su reinado y gobierno nos proporciona.

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