La Transición no lo fue. En otros países, el tiempo después del fin
de una dictadura es el tiempo de hablar, de limpiar heridas, de hablar
del miedo y del silencio de los años de represión.
Ellos, la prensa reverencial, hablan de la marcha de la dignida del 22-M como un pequeño evento de hooligans
antisistema tirando piedras a bancos después de una manifestación de
poca importancia (“Si la prensa española sigue así, pronto el número de
manifestantes nos saldrá a devolver”, dice en Twitter algún inteligente
observador).
Ellos hablan también de que Suárez es la Transición y la Transición es Suárez con un estilo entre el ¡Hola! y
un libro de historia rancio, lleno de milagros y estampitas: de Suárez
franquista a demócrata en tiempo record y de lo sano que fue cerrar las
heridas sin limpiar. Nada de la gangrena que se instaló, nada de todo lo
que se evitó hacer, nada de los intereses que habían por medio, nada de
la gran violencia durante la Transición tan bien descrita y documentada
por Carlos Jiménez Villarejo [1], nada de lo que nosotros nos callamos.
La Transición no lo fue. En otros países, el tiempo
después del fin de una dictadura es el tiempo de hablar, de limpiar
heridas, de hablar del miedo y del silencio de los años de represión, de
juntarse y compartir en voz alta cómo nos han afectado esos años. Es un
tiempo de buscar a los desaparecidos y a los muertos y de darles una
sepultura respetuosa, de integrarlos con dignidad en la historia. Varios
países latinoamericanos nos han mostrado cómo se hace todo esto.
Pero nosotros no lo hicimos. No hablamos de todo eso.
Para hacer una transición de una dictadura (implantada con un golpe de
estado que duró tres años) a algo parecido a una democracia, se necesita
desenterrar las palabras y, más que movidas y destapes light, lo
que se necesita, según los expertos en la transmisión generacional de
los efectos de la violencia política, es hablar de lo que ocurrió antes y
de cómo aún se llevan en comportamientos y en las mentes de los
descendiente aunque no lo sepan ni lo quieran reconocer [2].
No lo hicimos porque debajo de la movida y de la libertad aparente de la Transición, éramos una sociedad herida, como son todas las sociedades posdictadura [3].
Y no sabíamos ni sabemos cómo hablar del miedo, la rabia, las ganas de
venganza, el conformismo, el “Shhh, que nos oirán”, el “no se puede
hacer nada” y el “no puedo, no me dejan” [4].
¿Vamos a dejar que la prensa reverencial nos inunde estos días con su puesta en escena de la Transición? ¿Vamos a criticar a la prensa reverencial porque no hablan del lado más oscuro de Suárez?
¿O a hacer algo útil como desenterrar las palabras y
decir lo que hace décadas no se dice, aprovechar que el tema está encima
de la mesa para hablar de lo de verdad? ¿Vamos a seguir callados sobre
nuestras raíces regadas con la sangre de nuestros abuelos, ese silencio
que nos frenan tanto de hablar al poder directamente, de hacer una
huelga indefinida, de realmente mostrar nuestra dignidad para que el
miedo cambie de bando?
Clara Valverde Gefaell es la autora del
libro que acaba de publicar la Editorial Icaria, 'Desenterrar las
palabras: Transmisión generacional del trauma de la violencia política
del siglo XX en el Estado español' (con prólogo de Montse Armengou).
[1]Jiménez Villarejo, C., Doñate Martín, A., (2012). Jueces pero parciales: La pervivencia del franquismo en el poder judicial. Barcelona, Editorial Pasado y Presente.
[2]Davoine, F., Gaudillière, J.F. (2012).Historia y Trauma: La locura de las guerras.Fondo de Cultura Económica.
[3] Martín-Cabrera, Luís,(2011).Radical Justice: Spain and the Southern Cone beyond Market and State, Maryland: Bucknell University Press.
[4] Valverde, C. (2014). Desenterrar las palabras: Transmisión generacional del trauma de la violencia política del siglo XX en el Estado español. Barcelona: Editorial Icaria.
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