Soy catalana. Soy independentista y lo digo en castellano porque es
mi lengua materna. Nací en Catalunya hace 37 años. Mis padres llegaron
buscando un futuro mejor, como hubiéramos hecho muchos en su misma
situación. En la vida casi todo es cuestión de circunstancias. Por eso,
admiro a los inmigrantes, que en un golpe de valor, muchos de ellos
arriesgando sus vidas, deciden embarcarse en una odisea para llegar a
tierras más prósperas. Mi padre es extremeño de nacimiento pero lleva
por estos lugares más de 50 años. Mi madre, andaluza de origen, llegó a
Catalunya con unos 20 años, como mi padre. Ellos han podido vivir, tener
hijos y prosperar aquí. No digo que no lo hubieran hecho en sus
respectivas tierras; seguramente, pero el hecho es que lo hicieron aquí.
Trabajaron en lo que pudieron, trabajaron muy duramente y dedicaron su
vida a educarnos y a sacarnos adelante a mí y a mi hermano dándonos lo
mejor que han podido.
Sin olvidar sus orígenes, los dos han amado
a Catalunya. Mis padres no han hablado catalán nunca, de hecho, ni
siquiera han llegado a entenderlo bien del todo. Ellos se han
desenvuelto en castellano toda su vida: en sus trabajos, en las
administraciones, en los comercios, en su vida social, con sus
amistades… Siempre, completamente en castellano. Yo estudié en un
colegio en el que se impartían todas las asignaturas en castellano,
excepto la de lengua catalana, por supuesto. A los 8 años mis padres me
cambiaron de colegio a uno privado y aquí la cosa cambió, pero en la
escuela que dejé se siguió educando en castellano durante muchos años. Y
era una escuela pública, como esa había muchas más. Lo de la inmersión
lingüística y que la lengua vehicular sea la catalana, es muy reciente,
señores, no se confundan, y ya se nos ha negado. Para mí, la lengua es
cultura. Sea la que sea. Y la cultura es tolerancia, encuentro,
educación y convivencia.
Me declaro independentista. Y no pienso
pedir perdón por serlo o sentirme culpable por ello. Soy independentista
casi desde que tengo uso de razón y desde que empecé a votar. Hace un
tiempo no hubiera escrito estas líneas porque hablar abiertamente de
independentismo no estaba bien visto, a pesar de lo que puedan pensar.
Soy tan independentista que mis padres son inmigrantes en Catalunya, que
mi lengua materna es la castellana y que cuando pienso, señores, lo
hago en castellano. Soy tan independentista que en mi casa a mis hijos
se les habla en dos idiomas: el catalán por mi parte y el castellano por
parte de mi marido porque, repito, la lengua es cultura. Soy tan
independentista que, a pesar de ser los dos catalanes (mi marido y yo)
hablamos castellano entre nosotros. Soy tan independentista que hablo en
castellano con mi hermano porque es nuestra lengua materna, lengua que
amamos, no se confundan. Soy tan independentista que tengo
conversaciones independentistas con otros independentistas en
castellano; a pesar de ser catalanes e independentistas, hablamos en
castellano y nadie se extraña por ello.
Soy tan independentista
que, a veces, cuando entro una tienda hablo en castellano primero por no
ofender a la persona que me va a atender y no saber si me va a entender
bien si le hablo en catalán. Sí, eso pasa en Catalunya, señores: no
todo el mundo que entiende o habla el castellano entiende o habla el
catalán, a la inversa, sin embargo, es impensable, porque aquí todo el
mundo entiende el castellano y sabe hablarlo (peor o mejor). Soy tan
independentista que escribo y me expreso mejor en castellano, no puedo
negarlo, porque es la lengua que mamé desde la cuna y a mucha honra. Soy
tan independentista que domino la lengua castellana mejor que muchos
castellanoparlantes, a pesar de mi bilingüismo. Soy tan independentista
que tengo un padre que hace 50 años que emigró de su tierra natal y que,
si algún día tiene que votar lo hará a favor de la independencia porque
quiere lo mejor para él y para sus nietos. Soy tan independentista que
admiro la cultura española, a excepción de los festejos en los que se
hacen sufrir o se matan animales, y esto va por las corridas de toros,
pero también por los “correbous” catalanes, porque me da igual el
origen. Así de independentista soy. Soy tan independentista que amo la
literatura castellana y a los grandes autores que he leído: Federico
García Lorca, Antonio Machado, Dámaso Alonso entre otros. Soy tan
independentista que no odio a nadie, simplemente defiendo lo mío.
No
se confundan, aquí no se odia a nadie, Catalunya ha sido siempre una
tierra de integración para todo aquel que ha querido venir y quedarse.
Catalunya, simplemente, vive y siente de una manera diferente porque, a
lo largo de los años ha tenido una historia, una lengua y una cultura
diferentes a la española. Imagino que si no se es catalán y no se vive
aquí cuesta entender. No pretendo juzgar a nadie. Catalunya tuvo la mala
suerte de perder una guerra allá por el año 1714 que le hizo perder
toda la autonomía que poseía entonces dentro del reino español. A nadie
le gusta que le sometan. Pero así fue. Y nos siguen sometiendo: intentan
debilitar nuestra lengua con nuevas leyes, nos ahogan con deudas, nos
tachan de insolidarios, nos humillan y nos insultan frescamente en los
medios de comunicación y en las redes sociales. Nos dicen que no a todo:
no al pacto fiscal, no al Estatut, no al corredor mediterráneo, no a la
inmersión lingüística, no a una consulta independentista… Nadie aguanta
tantos noes por mucho tiempo. Con España todo es no.
Y no se
engañen señores, hoy es Catalunya, pero estos que nos lo niegan todo por
sistema son los mismos que niegan la democracia, la libertad de
expresión y los derechos de todo español. No quieren que pensemos en
catalán, pero lo que no quieren, en realidad, es que pensemos, porque
necesitan súbditos doblegados que no les pongan trabas al sistema. Yo,
soy tan demócrata que soy independentista. Y si mañana fueran los
vascos, los andaluces o los gallegos los que quisieran ser
independientes, les apoyaría porque podría entender su causa y porque,
señores, no quiero que nadie se quede conmigo por la fuerza. No dejarnos
ejercer la democracia es someternos. Pero, cuidado, porque también es
conseguir que cada vez más gente piense como yo. Y ya no solo personas
de Catalunya, sino de fuera (España y extranjero) que están empezando a
apoyar nuestra causa.
Sinceramente, España debería plantearse por qué
tantos países se han independizado de ella a lo largo de la historia
(Venezuela, Colombia, Argentina, Filipinas, Cuba… la lista es mucho más
amplia). A lo largo de la historia muchos países se han independizado de
otros, solo hace falta consultar cualquier mapa en internet sobre el
tema. ¿Tan descabellado es entonces que Catalunya lo quiera y lo pueda
ser? Soy tan independentista que si mañana mismo Catalunya fuera
independiente seguiría siendo la misma persona, hablando el castellano,
escribiendo en castellano, sintiendo en castellano y admirando la
cultura española. Pero, dando gracias a España por haberme brindado la
oportunidad de votar, de decidir por mí misma con quién quiero estar y
de ejercer mi derecho a la democracia y a la autodeterminación. En
definitiva: aún admiraría más a España.
Yo, señores, me siento
catalana, y esto es un hecho. Quiero a mi tierra, la tierra de mis
hijos, la que me ha visto nacer. Me gustan sus costumbres, sus
tradiciones, su lengua, su cultura, sus lugares, su gente. Me gustan los
catalanes por su hospitalidad, por su saber estar, por su unidad, por
su levantarse ante las adversidades, por su democracia, por su
paciencia, por su trabajo, por muchas cosas. Pueden entenderlo o no,
pueden respetarlo o no, pero los sentimientos son sentimientos y ya no
tienen que ver con política o economía, señores: me siento catalana. Y
contra esto, nadie, ni siquiera ustedes, pueden luchar. Soy tan
independentista que mi primer apellido es Sánchez y estaré orgullosa de
llevarlo en una Catalunya independiente y plural. Soy tan
independentista que ya, aunque quisiera, no podría sentirme española
porque si me someten me deja de apetecer. Y, créanme, señores, en
Catalunya hay mucha gente como yo. Vayan abriendo los ojos y, lo que es
más difícil: las mentes.
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