El modelo de industria pública
médico-farmacéutica de un país socialista del Sur, frente a un modelo de
mera rentabilidad económica de las multinacionales de la producción de
medicamentos en el Norte: los medios miran para otro lado.
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José Manzaneda, coordinador de
Cubainformación.- Que Cuba haya desarrollado ya cuatro vacunas contra
diferentes tipos de cáncer es sin duda una noticia importante para la
Humanidad (1), si tenemos en cuenta que, según la Organización Mundial
de la Salud, cada año mueren en el mundo, por esta enfermedad, cerca de 8
millones de personas (2). Sin embargo, los grandes medios
internacionales la han ignorado casi por completo.
En 2012 Cuba patentaba la primera vacuna
terapéutica contra el cáncer de pulmón avanzado a nivel mundial, la
CIMAVAX-EGF (3). Y en enero de 2013 se anunciaba la segunda, la llamada
Racotumomab (4). Ensayos clínicos en 86 países demuestran que estas
vacunas, aunque no curan la enfermedad, consiguen la reducción de los
tumores y permiten una etapa estable de la enfermedad, aumentando
esperanza y calidad de vida.
El Centro de Inmunología Molecular de La
Habana, perteneciente al Estado cubano, es el creador de todas estas
vacunas. Ya en 1985 desarrolló la vacuna de la meningitis B (5), única
en el mundo, y más tarde otras, como las que combaten la hepatitis B o
el dengue (6). Además, investiga desde hace años para desarrollar una
vacuna contra el VIH-SIDA (7). Otro centro estatal cubano, los
laboratorios LABIOFAM, desarrolla medicamentos homeopáticos también
contra el cáncer: es el caso del VIDATOX, elaborado a partir del veneno
del alacrán azul (8).
Cuba exporta estos fármacos a 26 países,
y participa en empresas mixtas en China, Canadá y España (9). Todo esto
rompe completamente un estereotipo muy extendido, reforzado por el
silencio mediático acerca de los avances de Cuba y otros países del Sur:
que la investigación médico-farmacéutica de vanguardia se produce solo
en los países llamados “desarrollados”.
Indudablemente, el Estado cubano obtiene
un rendimiento económico de la venta internacional de estos productos
farmacéuticos (10). Sin embargo, su filosofía de investigación y
comercialización está en las antípodas de la práctica empresarial de la
gran industria farmacéutica.
El Premio Nobel de Medicina Richard J.
Roberts denunciaba recientemente que las farmacéuticas orientan sus
investigaciones no a la cura de las enfermedades, sino al desarrollo de
fármacos para dolencias crónicas, mucho más rentables económicamente
(11). Y señalaba que las enfermedades propias de los países más pobres
–por su baja rentabilidad- sencillamente no se investigan. Por ello, el
90% del presupuesto para investigación está destinado a las enfermedades
del 10% de la población mundial.
La industria pública médico-farmacéutica
de Cuba, aún siendo una de las principales fuentes de divisas para el
país, se rige por principios radicalmente opuestos.
En primer lugar, sus investigaciones van
dirigidas, en buena parte, a desarrollar vacunas que evitan
enfermedades y, en consecuencia, aminoran el gasto en medicamentos de la
población. En un artículo en la prestigiosa revista Science, los
investigadores de Universidad de Stanford (California) Paul Drain y
Michele Barry aseguraban que Cuba obtiene mejores indicadores de salud
que EEUU gastando hasta veinte veces menos (12). La razón: la ausencia
–en el modelo cubano- de presiones y estímulos comerciales por parte de
las farmacéuticas, y una exitosa estrategia de educación de la población
en prevención de salud.
Además, las terapias naturales y
tradicionales –como la medicina herbolaria, la acupuntura, la hipnosis y
muchas otras-, prácticas poco rentables para los fabricantes de
medicamentos, están integradas desde hace años en el sistema de salud
pública gratuita de la Isla (13).
Por otro lado, en Cuba los fármacos son
distribuidos, en primer lugar, en la red hospitalaria pública nacional,
de forma gratuita o altamente subsidiada -precisamente- gracias a los
ingresos en moneda fuerte por sus exportaciones (14).
La industria farmacéutica cubana,
además, apenas destina presupuesto al gasto publicitario que, en el caso
de la multinacionales, es superior incluso al invertido en la propia
investigación (15).
Por último, Cuba impulsa la producción
de fármacos genéricos que pone a disposición de otros países pobres y de
la Organización Mundial de la Salud, a un precio muy inferior al de la
gran industria mundial (16).
Pero estos acuerdos, ajenos a las reglas
del mercado, generan fuertes presiones desde la industria farmacéutica.
Recientemente, el Gobierno de Ecuador anunciaba la compra a Cuba de un
número importante de medicamentos, en “reciprocidad” por la becas a
estudiantes ecuatorianos en la Isla y por el apoyo de especialistas
cubanos en el programa “Manuela Espejo” para personas discapacitadas
(17). Las protestas de la Asociación de Laboratorios Farmacéuticos
Ecuatorianos se convirtieron de inmediato en campaña mediática,
difundiendo el mensaje de la supuesta mala calidad de los fármacos
cubanos (18).
Por otro lado, numerosos analistas ven
detrás del golpe de estado de Honduras, en 2009, a la gran industria
farmacéutica internacional, ya que el gobierno del depuesto Manuel
Zelaya, en el marco del acuerdo ALBA, pretendía sustituir la importación
de medicamentos de las multinacionales por los genéricos cubanos (19).
El bloqueo de EEUU a Cuba impone
importantes obstáculos para la comercialización internacional de los
productos farmacéuticos cubanos, pero también perjudica directamente a
la ciudadanía de EEUU. Por ejemplo, las 80.000 personas diabéticas que
sufren en este país, cada año, la amputación de los dedos de sus pies,
no pueden acceder a la vacuna cubana Heperprot P, que precisamente las
evita (20).
El Premio Nobel de Química Peter Agre
afirmaba recientemente que “Cuba es un magnífico ejemplo de cómo se
pueden integrar el conocimiento y la investigación científica” (21).
Irina Bokova, directora general de la UNESCO, decía sentirse “muy
impresionada” con los logros científicos de Cuba y mostraba la voluntad
de esta organización de Naciones Unidas en promoverlos en el resto del
mundo (22). La pregunta es inevitable: ¿contará con la colaboración
imprescindible de los grandes medios internacionales para difundirlos?
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